sí, a ti
nuestro querido anónimo
por obsequiarnos con los reversos de tu vida cotidiana
Cuentan los que lo vieron, que en un 6 de Enero los reciclantes, tras haberse portado requetebién, salieron a las calles a recaudar los regalos que les habían traído los innumerables reyes anónimos de su condado.
Armados con una desguazadora y una cachava reusada, con el detector de olvidos y su ya clásico entusiasmo, recorrieron las avenidas de la ciudad, ojo avizor a aquellos grandes cofres verdes que les tenían rematadamente poseídos.
Los gentiles vecinos de la villa dejaban allí sus zapatos para que los incontables reyes de poniente supieran dónde depositar los obsequios.
Escenarios reciclantes aparecieron por doquier; esquina tras esquina se iban sucediendo esos bodegones contemporáneos que inspiraban tanto a nuestros artistas del despojo.
Los reciclantes comenzaron a asomarse a esos submundos del consumismo, al principio tímidamente, después con decisión y finalmente con una osadía levemente temeraria.
No sin ciertos riesgos, introducían la cachava mágica por lor orificios de los cofres, atrapaban los tesoros intuidos y los rescataban, unas veces con regocijos y otras con decepciones que registraban en sus rostros impresionistas.
En los momentos del hallazgo, los reciclantes retrocedían a sus infancias soñadas y se dejaban llevar por las evocaciones que los encontrijos les proporcionaban.
Rescate tras rescate, los reciclantes iban guardando los suculentos tesoros en su carromato, que engordaba por momentos hasta acabar rebosante de abundancia.
Finalmente, tras comer las perdices clasificaron e inventariaron el alijo, para en un futuro próximo construir naves para viajar a otros mundos realmente posibles, de las que daremos cuenta cuando llegue el momento preciso.
Y esto es lo que fue.
Continuará.
Rescatadores: Pepe, Dó y Arturo
Narradora e inmortalizadora: Basurata Chan
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